Primero hablé con la directora de una residencia que me llamaba preocupada y me preguntaba si podía obligar a las gerocultoras de su centro a dejar el móvil en la taquilla durante la jornada de trabajo. Me explicó que ella hacía tiempo lo había hecho pero, poco a poco fue aceptando excepciones que permitían a una empleada con un hijo enfermo el llevar el teléfono encima por si había una emergencia. Con el tiempo la excepción se fue generalizando y con la llegada del whatsapp lo que podía ser una llamada de emergencia o la conversación con un amigo o familiar, que podía interrumpir el trabajo unos minutos, se acabó convirtiendo en un “interrumpidor-intermitente-constante”. El punto álgido, y la consecuente preocupación para la directora llegó el mismo día en que me llamó cuando una cámara instalada en un pasillo grabó como una gerocultora caminaba con una residencia cogida a un brazo mientras con el otro iba mirando la pantalla de su teléfono, escribiendo y riendo. ¿Qué pasa si la residente se cae y se hace daño porque la gerocultora está despistada escribiendo en su teléfono?, me preguntó consternada la directora.
Le contesté que conocía residencias que limitaban el uso de móviles y los hacían dejar en la taquilla o tenerlos apagados con normalidad desde hacía tiempo. A menudo la prohibición no sólo se fundamenta en cuestiones relacionadas con la productividad sino con la intimidad y derecho a la propia imagen. Hoy casi todos los teléfonos llevan cámara por lo que en cualquier momento podría hacerse fotografías en la residencia que violasen los derechos de los usuarios.
La directora de la residencia me comentó que tenía empleadas jóvenes, y no tan jóvenes, que, con sólo escuchar que tenían que dejar de estar “conectadas” durante el trabajo se pondrían de mal humor y muy nerviosas. Me comentó que ya les había dicho hace tiempo que podían dar a sus familiares un número de teléfono de la residencia para que pudiesen contactar en caso de emergencia pero que a ella lo que le parecía es que esas empleadas no podían vivir sin su whatsapp. Después de hablar un rato, ella a quien conozco desde hace bastantes años me dijo que con su teléfono también recibía y ponía mensajes durante las horas en que estaba en la residencia y que había pensado predicar con el ejemplo y dejar su móvil personal en el cajón si con ello ayudaba a convencer a las empleadas. El peor escenario para ella era tener que imponer una prohibición y tener que hacer de policía ya que si el ambiente de trabajo se enrarece quien primero lo sufre es el residente.
La verdad es que, aunque estoy convencido de que hay motivos suficientes para que se deje el móvil en la taquilla, esa hiperconectividad banal a que nos han llevado las aplicaciones móviles es tan agradable que se convierte casi en adictiva por lo que el problema no es si puedes legalmente imponer un “apagón whatsapiano” durante la jornada laboral sino cómo hacerlo si hasta ahora has dejado que cada uno haga lo que crea conveniente.
El día en que el Rey Juan Carlos decidió comunicar su abdicación no tardé ni de diez minutos en recibir el primer chiste por whatsapp. Durante el día recibí más de veinte (quizás me quedo corto). Como los mensajes públicos de abdicación ocurrieron por la mañana en horas de trabajo, supongo que los agudos chistes, fotomontajes y coñas varias, las debieron escribir personas que en ese momento estaban o debían haber estado trabajando. De hecho, mientras yo las leía y me reía, también debía haber estado haciéndolo. ¿Cuánto ha costado a España en términos de productividad que el “anuncio histórico” se hiciese a las 10 de la mañana?
Quizás mientras todos llegamos a un acuerdo para usar racionalmente los móviles, el próximo rey que abdique debería considerar hacerlo a las nueve de la noche de forma que la creatividad colectiva no afecte a la productividad de su reino.
Pero no querría dar sólo una visión negativa sobre la mensajería instantánea. Otra residencia me ha explicado que han empezado a utilizar el whatsapp como herramienta de trabajo y lo han hecho de una forma curiosa: Tienen un teléfono móvil de la residencia con el que graban pequeños vídeos que envían a familiares de determinados residentes. Así, si doña Juana hace unos días que no se encuentra bien, pueden grabar un saludo en el que dice a sus hijos que ya se encuentra mejor, que ha pasado buena noche o cualquier cosa por el estilo. Me comentaron que los familiares están muy contentos con el sistema, que les tranquiliza mucho que sea su madre quien les diga cómo está y que el gran problema que se les plantea es de tipo legal. La residencia ha pedido a los residentes y familiares que quieran tener ese servicio que firmen unos consentimientos pero les queda una sombra de duda sobre qué puede pasar con los vídeos una vez enviados.
Sinceramente creo que pueden pasar años antes de que alguien les pueda pedir responsabilidades por algo que han hecho de buena fe, con el consentimiento de los interesados y que, efectivamente supone una mejora. Por eso, más que preocuparse por ese aspecto lo que podrían intentar es fijarse en no enviar los vídeos durante el horario laboral de los familiares.
A quien le haya gustado el texto y tenga mi móvil que me ponga un whatsapp y me lo diga.
A quien le haya gustado el texto y tenga mi móvil que me ponga un whatsapp y me lo diga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario