lunes, 26 de marzo de 2018

ARREGLAR EL FUTURO DE LAS PENSIONES: ¿QUE COTICEN LOS ROBOTS A LA SEGURIDAD SOCIAL?

Crece el número de mayores mientras disminuye la población en su conjunto con lo que la tendencia se orienta hacia que la proporción entre viejos y jóvenes se decante inexorablemente hacia los primeros. Un pensamiento que vuelve a mí de forma recurrente desde que he superado los cincuenta.

Sólo hace falta ver las cosas en perspectiva para darse cuenta de lo transitorio de la situación. Las generaciones que vivimos en la tierra estamos de paso y lo que ahora nos parece un problema acuciante dentro de no mucho será un artículo en una revista de historia demográfica.

Lo que nos pasa es que nos cuesta ver las cosas en perspectiva cuando nuestra realidad nos ancla al suelo del presente de tal forma que lo que nos preocupa es el "pan para hoy" . El "hambre para mañana" lo escondemos bajo la alfombra intentando no pensar en qué pasará cuando finalmente tengamos que afrontarlo, personalmente o a través de nuestros hijos.

En 2018 tengo cincuenta y tres y espero jubilarme razonablemente a los setenta en 2035 (si no muero antes, por supuesto).

El número de personas de más de 65 superará entonces el 25% de una población que llevará veinte años reduciéndose.

Como nuestro sistema de pensiones se basa en que “quien trabaja hoy” paga la pensión a “quien hoy es jubilado” difícilmente en 2035 pueda cobrar una pensión que me permita tener un nivel de vida correcto por lo que mis perspectivas son bastante dudosas.

Intentando imaginar un futuro posible llego al portal Mexicano Meganoticias y leo lo siguiente

Según el último censo de población en Tehuacán existen 274 906 habitantes, de los cuales el 13.5% son personas mayores de 60 años, o sea, tercera edad, lo que quiere decir que más de 37 mil personas se encuentran en este rango de edad, según el INEGI. Aproximadamente el 60% de estas personas a pesar de encontrarse algunas de ellas pensionadas, jubiladas y retiradas, tienen que buscar alguna actividad para poder llevar una vida modesta en mayor ocasiones se trata de actividades de autoempleo, sin embargo especialistas mencionan que estas personas tienen ventajas como son: estabilidad, compromiso, actitud de servicio y lealtad hacia la empresa, pero debido a las políticas empresariales este grupo de personas no pueden continuar trabajando formalmente.

¿Puede ser que el futuro sea el de unos jubilados subpensionistas que tengan que complementar su pensión haciendo “chapuzas”?

Alguien podrá decirme que esa es la situación actual para muchos de nuestros mayores hoy y que algunos hacen lo que pueden.

Quizás si esto es así deberíamos ir flexibilizando algo la situación y permitir que el cobro de pensiones de jubilación pueda ser compatible con algunas formas de trabajo. Se trataría de evitar lo que les ha pasado a los jubilados que han actuado como extras en el rodaje de algunas películas como “Ocho apellidos catalanes” a los que hacienda castigó por haber trabajado y cobrado “en blanco” mientras cobran una pensión.

Por supuesto que aceptar que la única forma de mantener el sistema es el seguir trabajando hasta la exhalación del último aliento es una opción. También podríamos buscar formas en las que el sistema ingresase más.

La revolución postindustrial está llevando a unos avances que permiten que la inteligencia artificial,los sistemas de “aprendizaje profundo” que dotan a las máquinas de la posibilidad aprender sin intervención humana y el avance exponencial en la capacidad de gestionar cada vez una mayor cantidad de datos. Pronto permitirán sustituir a millones de personas en actividades que hasta ahora parecían requerir indispensablemente a un ser humano.

Los coches, camiones y autobuses que podrían conducirse solos a partir de 2030 podrían desplazar a unos 60 millones de personas (la cifra la pongo yo extrapolando que sólo en Estados Unidos se calcula que serían 4 millones) en todo el mundo. Por supuesto que la experiencia anterior demuestra que la economía se acaba adaptando y quien pierde el trabajo por un avance industrial acaba encontrando otro en un sector nuevo.

Otro avance que puede tener efectos espectaculares el “el robot costurero”, o sea un robot que sea capaz de seleccionar cortes de tela de varios montones, ponerlos juntos de forma correcta y coserlos para convertir esos retales en una pieza de ropa completa. Aunque parezca mentira este robot no existe todavía y, cuando lo haga puede dejar sin trabajo a millones de personas que cosen en condiciones pésimas en talleres de China, Vietnam o Myanmar. Ese robot puede permitir que mucha ropa que se produce en Asia pudiera ser fabricada en Europa o Estados Unidos en “fábricas desiertas” en las que trabajan muy pocos ingenieros y técnicos de mantenimiento.

En el mundo de las residencias de mayores el avance tecnológico y la sustitución de personas por robots puede tardar algo más pero, no nos engañemos, el avance se está produciendo.

¿Seguimos? La inteligencia artificial puede permitir en pocos años que una cantidad ingente de “trabajo de oficina” se convierta en “automatizable”. ¿Se imagina alguien hoy que el contable fuese un servicio en la nube que te hablase como lo hacen ahora los móviles?, o más aún ¿Podemos pensar en tener a un “abogado en la nube” que ni siquiera es una persona? Pues no hace falta imaginar mucho porque casi lo tenemos.

O sea que podemos vislumbrar un futuro en el que seamos menos personas, mucho más viejas, con oportunidades de trabajo para los que estén bien preparados y con una especie de submundo laboral para los no preparados y los jubilados.

¿Suena mal?

Pues habrá que empezar a hacer algo.

Recientemente he leído la iniciativa lanzada en Europa sobre la invención de la figura de la “persona electrónica”, o sea, considerar a algunos robots como personas de forma que puedan pagar cotizaciones a la Seguridad Social.

Es algo de lo que empecé a leer en Enero y que en Junio estaba en la prensa económica.

La idea viene a ser, “si los robots acaban sustituyendo a una parte importante de la mano de obra y si lo hacen de forma que sea claramente identificable el caso en el que una persona ha sido sustituida por un robot, ¿no sería lógico que esa persona electrónica pagase seguridad social e incluso impuestos?".

Como casi todo en la vida, la cuestión tiene sus pros y sus contras. Por supuesto sería una forma de generar recursos para pagar pensiones y prestaciones sociales, también se podría valorar como una medida para evitar el ensanchamiento de la desigualdad entre quienes viven de “vender su capacidad de trabajo” y quienes lo hacen “administrando la capacidad de trabajo de otros”.

Pero no todo serían aspectos positivos. Algunos han visto en la idea una forma oculta de aumentar los impuestos, una iniciativa que lastrará la evolución de la robótica o que supondrá ventajas competitivas para países que decidan sencillamente no aplicarlo. Otros simplemente lo han visto como una excentricidad y, llevando la propuesta a extremos ridículos defienden que con las cotizaciones de los robots deberían pagarse las reparaciones que necesiten éstos (igual que las cotizaciones pagan por la atención médica) o su desguace al final de su vida útil.

Sea como sea, el problema persiste, el tic-tac del reloj demográfico suena y sabemos que antes de ser un artículo en una revista de 2100 (posiblemente escrito por un robot), tendremos que afrontar la situación.

¿Qué vamos a hacer?

lunes, 19 de marzo de 2018

Cómo llegamos a la ACP



Hace unos veinte años, cuando todavía trabajaba como inspector de residencias, la Generalitat contrató a un especialista para que nos hablase sobre formas de trabajar en la atención a personas mayores. Ese alguien era Quico Mañós, entonces profesor de la facultad de Trabajo y Educación Social.

Por aquel entonces era extraño que una residencia tuviese un programa individual de atención, protocolos, registros u otros programas. Casi el 80% de las residencias tenían menos de 25 plazas y, aparte de un médico y enfermera, había muy pocas exigencias normativas sobre el personal que debía trabajar en un centro residencial.

Quico Mañós nos habló entonces del programa PAGES, un programa individual de atención por él diseñado para cuidar a mayores que se basaba en hacer participar a la propia persona en la planificación de su cuidado, tener en cuenta lo que decían los familiares, considerar la historia de vida de la persona y, sobre todo, buscar ámbitos en los que el residente pudiera elegir. “Incluso una persona con demencia puede indicarnos que prefiere ponerse los pantalones azules que los marrones si le presentamos los dos encima de la cama antes de vestirle”; “La persona puede elegir, aunque no hable, si nos hemos preocupado por conocer su historia de vida y nos hemos informado de cuáles han sido sus preferencias antes de llegar a la residencia”. Eran cosas que entonces sonaban interesantes y que me han vuelto a la cabeza muchas veces cuando leo sobre Atención Centrada en la Persona o visito centros que se encaminan hacia esa filosofía de atención.

Desde hace años considero a Quico Mañós un amigo y, de vez en cuando le recuerdo el día en que escuché hablar sobre ACP, sin saber de qué estaba oyendo hablar.

Algo pasó para que lo que predicaba Quico haya tardado tanto en convertirse en el dogma aceptado. Pero, ¿qué?

Mi explicación es que lo que teníamos hace veintipico años era una forma de cuidar a personas no basada en la atención profesional sino sencillamente en “atender con buena fe”. Así, si considerabas que tenías “mano para cuidar ancianos” y eras valiente podías conseguir un espacio más o menos adaptado, contratar a un médico y a algunas cuidadoras (sin titulación alguna) y ¡ya tenías una residencia!. Las normativas a principio de los noventa eran muy poco exigentes de forma que fue surgiendo un sector en el que convivían formas de atender muy diferentes (residencias públicas, pequeños centros de tipo familiar, primeras empresas especializadas, fundaciones centenarias, órdenes religiosas…) con tipos de edificio, ratios de profesionales, sistema de funcionamiento y gestión de calidad muy variados.

Con el paso del tiempo el propio sector fue tendiendo a un funcionamiento con mayor peso de los profesionales, las administraciones por su lado fueron introduciendo normas que exigían protocolos, registros, programas, equipos interdisciplinares…

Ese proceso de veinte años lleva a que alguien compara una residencia de 1995 y una de 2017 vea que lo que era “dar atención” se ha transformado en “ofrecer cuidado profesionalizado”. En estos veinte años hemos visto la instauración y consolidación de equipos interdisciplinares en las residencias, la puesta en marcha de sistemas de gestión y evaluación de la calidad, el funcionamiento protocolizado, el establecimiento de un plan individualizado para cada residente. Creo que no resulta exagerado decir que en veinte años tenemos algo totalmente diferente de lo que teníamos. De nuevo, baso esta afirmación en mi propia experiencia: En 1995 era inspector de servicios sociales y en ningún lugar de ninguna normativa se hablaba entonces de protocolos y registros.

En estos últimos veinte años hemos creado un modelo de atención que podría llamarse “el Paradigma del Plan de Intervención”. En él la persona mayor dependiente que ingresa en una residencia se ve como a alguien a quien le falta algo (no puede comer solo, no puede andar, no puede razonar..). Un equipo interdisciplinar elaborará un programa para intentar suplir en la medida de lo posible la carencia y, a partir de entonces, aplicando con unos protocolos, registros y programas se prestará atención a esa persona en un edificio que cumplirá unos requisitos de accesibilidad y arquitectónicos que sitúa a la residencia en un punto intermedio entre un hotel y un hospital.

Durante los años en que se ha ido consolidando esta forma de cuidar, nos hemos acostumbrado a pensar que una “buena residencia” es la que tiene un equipo formado por muchos profesionales (médico, enfermera, psicólogo, fisioterapeuta, educador, terapeuta ocupacional…), que trabajan de forma coordinada; que dispone de variados programas de actividades, menús adecuados a las necesidades de los residentes, un buen control sanitario y ofrece a residentes y familiares seguridad y tranquilidad.

El Paradigma del Plan de Intervención tiene muchas ventajas en relación al sistema anterior. Normalmente los residentes, los familiares y los propios profesionales se sienten satisfechos y, en la medida en que permite que se registren muchos datos, resulta adecuado para gestionar la calidad. Pero tiene sus problemas: el primero es que puede suceder que “el equipo decida por la persona”, o sea que, si el residente es diabético “tendrá que comer la dieta de diabético” porque es lo que el equipo ha decidido es lo mejor para él o ella (y efectivamente lo es desde un punto de vista de salud). De igual forma, la participación en las actividades que se programan de acuerdo con las necesidades del residente se convierten en su día a día sin que el residente pueda hacer mucho por cambiarla. También los horarios de vida o de recibir visitas se estructuran de forma estricta y sin que los usuarios puedan cambiarlo.

jueves, 15 de marzo de 2018

Los pueblecitos del Alzheimer


La idea de usar la reminiscencia como herramienta para aproximarse a las personas mayores que sufren demencia permitiendo que tengan un entorno familiar y reconocible que evoque momentos pasados y aumentando su calidad de  vida se extiende con cada vez más fuerza entre las residencias.

Para los más puristas he encontrado esta definición: La Reminiscencia es una técnica que favorece la evocación de recuerdos y sucesos del pasado conectándolos con el presente. Además, estimula la expresión de vivencias pasadas así como la capacidad de autorreconocimiento.  La finalidad que persigue esta técnica es conseguir fortalecer y consolidar la propia identidad de cada uno, frente a los cambios que supone el proceso de envejecimiento. (Fuente)

La primera ocasión que vi una experiencia de reminiscencia llevada a la práctica a gran escala fue en la residencia Akropolis del Grupo Humanitas sobre la que escribí en mi blog en un post titulado “La felicidad como objetivo: La cultura del sí en residencias”, allí tenían lo que ellos llamaban el “museo del alzheimer” un espacio de más de 300 m2 donde se reproducía el interior de una casa holandesa de los años 50, con su cocina, salón lavadero e incluso un pequeño taller.  También una tienda y una escuela.

Residencia Akropolis Humanitas en Rotterdam

Nos explicaron que cuando los residentes que sufrían demencia pasaban un rato en ese espacio que reproducía tan fielmente algo significativo de su pasado parecían “concectar” y “activarse”, bajaban su nivel de ansiedad y sencillamente se les veía que estaban mejor.  Lo cierto es que no solo los dejaban en esos espacios sino que les animaban a “hacer cosas” hasta el extremo que el lema del espacio era “prohibido no tocar”.   La entidad propietaria del centro difundió un vídeo en el que puede verse a una persona mayor utilizando la sala, que resulta muy instructivo.

He visitado otros rincones de reminiscencia menos ambiciosos en Suecia, Dinamarca y Reino Unido, pero hasta hace poco no había visto uno verdaderamente equiparable en España.  Ahora sí: me refiero al de la residencia Plaza Real en Gijón que reproduce una casa de los años sesenta con tal fidelidad que cuando estás dentro no sabes si has viajado en el tiempo o estás en un plató de “Cuéntame…”.   Lo curioso es que, no solo aplican la reminiscencia visual sino que también cocinan una fabada tradicional y la sirven a grupos reducidos de usuarios acompañada de sidra escanciada (y con un añadido de espesante para quienes no puedan tragar bien).  


 Esta actividad ganó en 2017 los primeros premios Nutrisenior de buenas prácticas alimentarias que organiza Laboratorios Ordesa e Inforesidencias.com.  Además de la foto que incluyo, quien tenga más interés puede ver este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=XUKdxpyplzk

No sé si dentro de poco la zona de reminiscencia se convertirá en algo tan común como una zona de gimnasio o sala de actividades, pero de lo que no cabe duda es que la tendencia está aquí para quedarse e ir a más.

He estado pensando sobre esto después de haber leído que la tendencia en Holanda y otros países es ahora construir “pueblos de Alzheimer”, o sea, una comunidad cerrada que se parece a un pueblo y que tiene en el exterior tiendas, una oficina de correos o paradas de autobuses como lo serían hace cuarenta o cincuenta años.

En la foto la comunidad de Hogeweyk.  Al parecer, los mayores llegan a conectar tanto con un entorno que se parezca tanto a aquello que era su vida cuando tenían treinta o cuarenta años que algunos prestadores han pensado que vale la pena invertir en construir esta especie de parques temáticos.  Antes de construir el “pueblecito” era una residencia “normal” en la que el 50% de los residentes tomaban antipsicóticos; unos años después de que los residentes empezasen a vivir en esa realidad alternativa, el uso de estos medicamentos se había reducido hasta alcanzar sólo al 8% (fuente).

En Hogewey existen siete modelos de vivienda diseñadas para personas que sufren de Alzheimer. Cada modalidad creada en función de las diversas características y grado de dependencia de los residentes. Los hogares, con un formato parecido a las Unidades de Convivencia del modelo ACP, albergan 6 o 7 personas.

Las viviendas denominadas 'Stads' están diseñadas para personas acostumbradas a la vida urbana. Las 'Goosie' tienen un tinte de construcción aristocrática. También se han edificado las 'Ambachtelijke' (para personas dedicadas al comercio y artesanos); las 'Indische', (para los relacionados con India o las antiguas colonias holandesas en Asia) las 'Huiselijke', para amas de casa y hombres caseros; y las 'Culturele', con toques culturales y para aficionados al cine y al teatro. Las viviendas 'Christelijke', finalmente, fueron construidas para las personas más religiosas, sin importar su credo

Vivir en Hogeweyk cuesta 6.000 Euros al mes (fuente) lo que supone que los residentes tienen que aportar su ayuda de la dependencia y además poner unos 2.400 Euros al mes de su bolsillo.


Durante 2017 Hogeweyk ha recibido casi 1.500 visitantes de Holanda y otros países que buscaban inspiración para construir algo parecido en su lugar de procedencia.

Parece que las visitas surten sus efectos ya que sabemos de iniciativas parecidas en Dinamarca, Inglaterra o Estados Unidos.


Me encanaría saber si en España hay alguien que ha llegado a estos niveles y estuviese dispuesto a enseñarlo.  Me gustaría saber si, algo así puede hacerse, y si es posible, hacerse por menos de 6.000 Euros al mes.