A medida que me acerco al medio siglo de vida paso más tiempo mirando hacia atrás e intentando evaluar lo que he conocido.
Así las cosas, estoy releyendo muchos artículos y columnas de las que he escrito hasta ahora (no todos están en este blog) y así he encontrado algo que creo viene al caso. Quizás con la edad me vuelvo vago y por eso, en vez de escribir algo totalmente nuevo, he reescrito unas líneas de hace un año. Aquí están:
Lo malo del futuro es que para llegar a él tenemos que superar el presente. Empecé a trabajar en el mundo de la atención a personas mayores hace ahora 23 años y llevo 23 años oyendo decir que éste es un sector con mucho futuro, que a medida que envejezca la población harán falta más profesionales y servicios para atenderlos por lo que, quienes trabajen cuidando a personas mayores tendrán un horizonte de prosperidad casi garantizada.
Y así vivimos, esperando que llegue ese provenir dorado, recordando lo bien que iban las cosas en 2007 y cómo entonces fuimos incapaces de darnos cuenta de ello.
Y es que para el sector de la atención a personas mayores, sobre todo en residencias, la crisis económica general que nos azota en los últimos años se ha sumado a una coyuntural debida a un factor puramente demográfico: durante los años de la guerra civil nacieron menos niños en España y encima, a bastantes de los que lo hicieron, las penurias bélicas y la postguerra les robaron la posibilidad de llegar a la edad adulta. Esos “no nacidos” han marcado los últimos años de la economía española. Durante los primeros años del siglo XXI ese grupo virtual se tendría que haber jubilado, pero no lo hizo porque no existía, o sea que, cuando pensábamos que éramos ricos, mientras cientos de miles de extranjeros venían a España y empezaban a cotizar y a consumir, el número de nuevos jubilados que cobraban pensión se reducía. Tendríamos que haber sabido que era algo pasajero, pero entonces lo que estaba de moda, tanto ‘en lo público’ como ‘en lo privado’, era gastar, no planificar.
Recuerdo con una mezcla de añoranza y vergüenza ajena a quien era entonces presidente del Gobierno vanagloriándose de cómo crecía el “fondo de las pensiones” (¿iluso o insensato?).
Los “no nacidos” empezarían ahora, si viviesen, a necesitar atención a la dependencia y cuidados especializados pero como no están lo que notamos es su ausencia. Una ausencia que también será pasajera y relativa ya que el número total de personas mayores (alrededor del 17% de la población española) es lo suficientemente alto como para garantizar que el sector gerosasistencial, medianamente financiado y tratado con un mínimo de confianza, se mantenga e incluso prospere en esta situación de adversidad.
Si intentamos imaginarnos con un poco de rigor cómo será nuestro mundo y la atención a personas mayores cuando la generación de los “no nacidos” ya no estén entre nosotros, o sea, cuando la generación del ‘baby boom’ (entre la que me encuentro, nací en 1965) alcance la vejez, quizás concluyamos que lo que parecía hermoso futuro no lo sea en el sentido que nos habíamos imaginado.
Voy a plantearlo en primera persona y voy a pensar en el día de mi “milmesario”, o sea el 1 de septiembre de 2048, en el que cumpliré mil meses de vida (83 años y cuatro meses). Ese año, España llevará ocho siendo el más envejecido de la tierra y tendrá cinco millones menos de habitantes que en la actualidad. Alrededor del 30% de la población tendrá más de 65 años y un 10% tendrá más de 80.
Resultaría iluso pensar que en esa situación, a la que no llegaremos de un día a otro sino que se acercará a nosotros de forma paulatina, un sistema público de cobertura como el actual, pueda mantener a los jubilados con una pensión adecuada y a los dependientes con servicios y prestaciones.
Y no se trata sólo de una cuestión económica sino de algo más grave, la falta de mano de obra.
Imaginemos que empiezo a necesitar algún tipo de ayuda profesional cuando cumpla los mil meses e imaginemos que mi futuro cuidador será una persona que tenga entonces unos 35 años. ¡Qué bonito! Es posible que esa persona esté naciendo mientras escribo estas líneas.
O sea que mi futuro cuidador (o cuidadora) está naciendo en uno de los años en que menos nacimientos se producen. Si no cambian mucho las cosas, él o ella será hijo único o tendrá algún hermano con el que compartirá un único progenitor. Si seguimos como hasta ahora, mi cuidador crecerá en un entorno familiar y social que le hará ser “poco tolerante a la frustración”. Pasará por el sistema educativo en un ambiente de cierre de colegios por falta de niños y llegará a la edad adulta en un entorno de falta endémica de mano de obra en el que las personas no podrán jubilarse antes de los 70 ó 75 años (no por una cuestión legal sino de mera subsistencia) y los trabajadores jóvenes serán ambicionados por todos los sectores productivos.
Si hoy, con unas tasas de paro altísimas, es difícil encontrar a buenos profesionales que quieran trabajar en el cuidado de personas mayores en residencias. ¿Qué podremos ofrecerles dentro de cuarenta años para que escojan cuidar a ancianos frente a miles de otras opciones?
Creo que a esta pregunta deberíamos empezar a buscarle respuesta a partir de ahora. Es cierto que el día a día nos consume pero la cuestión es de vital importancia.
Si no hacemos nada corremos el riesgo de ser vistos por parte de los futuros escasos jóvenes como una carga insoportable de “viejos egoístas”.
Hoy, si le dijésemos a alguien de 85 años que es una carga para la sociedad él nos podría responder que esa sociedad se creó sobre sus espaldas y sacrificio, que cuando el nació España estaba en ruinas y todo lo que tenemos hoy (mucho o poco) se debe al esfuerzo de su generación.
¿Qué les podremos decir a nuestros cuidadores cuando nos acusen de ser una carga insoportable? ¿Y cuándo nos pregunten por qué no nos sacrificamos para que el sistema de pensiones no quebrase, o para que el medio ambiente no sufriese tanto?
Empecemos hoy a pensar las respuestas ya que si no las encontramos quizás nos quedemos con la palabra en la boca y sin nadie que nos cuide.
Autor del post: Josep de Martí
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