Tres acontecimientos sucedidos en un lapso de quince años me llevan a pensar que en el sector geroasistencial deberíamos empezar a plantearnos un reto importante.
En 1993, durante el congreso de la sociedad mundial de geriatría en Budapest, la entonces ministra de servicios sociales de Dinamarca dijo que se debía afrontar el reto de la desprofesionalización de los servicios sociales acotando muy bien qué parte de éstos requiere de la intervención de profesionales altamente preparados. El motivo no era otro que garantizar la sostenibilidad del sistema.
Unos años más tarde, durante el viaje a Suecia que organizamos en Inforesidencias.com para conocer el funcionamiento del sistema escandinavo de servicios sociales, nos sorprendió que en las residencias sólo trabajasen enfermeras, auxiliares de enfermería y “ayudantes de enfermería”. Cuando les dijimos que en España las residencias tenían médicos, fisioterapeutas, trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales y otros profesionales nos dijeron: “así es como lo hacíamos nosotros en los años setenta. Después nos dimos cuenta de que no hacía falta tantos profesionales. Al fin y al cabo la residencia sólo pretende ser un sustituto del hogar.”
Hace pocos días leí que en diferentes lugares de España se plantea una polémica sobre la posibilidad de que los enfermeros puedan prescribir medicamentos e incluso, en algún ambulatorio de Barcelona se plantea que los DUEs puedan sustituir a los médicos en consultas que, según su criterio no requieran la intervención del facultativo.
Las tres situaciones tienen algo en común. En primer lugar, la creciente dificultad para encontrar profesionales preparados, por otro un problema de coste y sostenibilidad de servicios financiados con dinero público y por otro una pregunta relacionada “¿se justifica con criterios coste/resultado la intervención de profesionales en un proceso?”.
Sé que en Dinamarca y Suecia hicieron el viaje a la superprofeisonalización antes de emprender el de regreso cosa que aquí no ha sucedido. También sé que el mero hecho de plantear en serio una desprofesionalización levantaría muchas ampollas corporativas, pero aún así. ¿No podríamos explorar aunque sea mínimamente el camino? ¿Podría plantearse alguna unidad experimental en la que la sanidad pública prestase los servicios que le corresponden y la residencia fuese un mero sustituto del hogar?. En Suecia la seguridad social atiende a los residentes como si fuesen personas que viven en sus casas, cuando necesitan un médico van al ambulatorio o el médico se traslada al centro. Lo mismo sucede con el fisioterapeuta y otros profesionales sanitarios. Eso les permite racionalizar la exigencia de profesionales. “¡Cosas vederes, Sancho que non crederes!”.
Pero, espera un momento ¿no es eso exactamente igual a lo que “en teoría” sucede en España?
¿Deberíamos afrontar primero el reto de la coordinación sociosanitaria y después el de la desprofesionalización? Quizás sí. ¡Tantos retos y tan poca audacia!
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