Crece
el número de mayores mientras disminuye la población en su conjunto con lo que
la tendencia se orienta hacia que la proporción entre viejos y jóvenes se decante inexorablemente hacia los primeros. Un
pensamiento que vuelve a mí de forma recurrente desde que he superado los
cincuenta.
Sólo
hace falta ver las cosas en perspectiva para darse cuenta de lo transitorio de
la situación. Las generaciones que
vivimos en la tierra estamos de paso y lo que ahora nos parece un problema
acuciante dentro de no mucho será un artículo en una revista de historia demográfica.
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Robots trabajando en residencias |
En
2016 tengo cincuenta y uno y espero jubilarme razonablemente a los setenta en
2035 (si no muero antes, por supuesto).
El
número de personas de más de 65 superará entonces el 25% de una
población que llevará veinte años reduciéndose.
Como
nuestro sistema de pensiones se basa en que “quien trabaja hoy” paga la pensión
a “quien hoy es jubilado” difícilmente en 2035 pueda cobrar una pensión que me
permita tener un nivel de vida correcto por lo que mis perspectivas son
bastante dudosas.
Según el último censo de población
en Tehuacán existen 274 906 habitantes, de los cuales el 13.5% son
personas mayores de 60 años, o sea, tercera edad, lo que quiere decir que más de 37 mil personas se
encuentran en este rango de edad, según el INEGI. Aproximadamente el 60% de
estas personas a pesar de encontrarse algunas de ellas pensionadas, jubiladas y
retiradas, tienen que buscar alguna actividad para poder llevar una vida
modesta en mayor ocasiones se trata de actividades de autoempleo, sin embargo
especialistas mencionan que estas personas tienen ventajas como son:
estabilidad, compromiso, actitud de servicio y lealtad hacia la empresa, pero
debido a las políticas empresariales este grupo de personas no pueden continuar
trabajando formalmente.
¿Puede
ser que el futuro sea el de unos jubilados
subpensionistas que tengan que complementar su pensión haciendo “chapuzas”?
Alguien
podrá decirme que esa es la situación actual para muchos de nuestros mayores
hoy y que algunos hacen lo que pueden.
Quizás
si esto es así deberíamos ir flexibilizando algo la situación y permitir que el
cobro de pensiones de jubilación pueda ser compatible con algunas formas de
trabajo. Se trataría de evitar lo que
les ha pasado a los jubilados que han actuado como extras en el rodaje de
algunas películas como “Ocho apellidos catalanes” a los que hacienda castigó por haber trabajado y
cobrado “en blanco” mientras cobran una pensión.
Por
supuesto que aceptar que la única forma de mantener el sistema es el seguir
trabajando hasta la exhalación del último aliento es una opción. También podríamos buscar formas en las que el
sistema ingresase más.
La
revolución postindustrial está llevando a unos avances que permiten que la inteligencia artificial, los sistemas
de “aprendizaje profundo” que dotan
a las máquinas de la posibilidad aprender sin intervención humana y el avance
exponencial en la capacidad de gestionar
cada vez una mayor cantidad de datos. Pronto
permitirán sustituir a millones de personas en actividades que hasta ahora parecían requerir
indispensablemente a un ser humano.
Los
coches, camiones y autobuses que podrían conducirse solos a partir de 2030
podrían desplazar a unos 60 millones de personas (la cifra la pongo yo
extrapolando que sólo en Estados Unidos se calcula que serían 4 millones) en todo el
mundo. Por supuesto que la experiencia
anterior demuestra que la economía se acaba adaptando y quien pierde el trabajo
por un avance industrial acaba encontrando otro en un sector nuevo.
Otro
avance que puede tener efectos espectaculares el “el robot costurero”, o sea un robot que
sea capaz de seleccionar cortes de tela de varios montones, ponerlos juntos de
forma correcta y coserlos para convertir esos retales en una pieza de ropa
completa. Aunque parezca mentira este
robot no existe todavía y, cuando lo haga puede dejar sin trabajo a millones de
personas que cosen en condiciones pésimas en talleres de China, Vietnam o
Myanmar. Ese robot puede permitir que
mucha ropa que se produce en Asia pudiera ser fabricada en Europa o Estados
Unidos en “fábricas desiertas” en las que trabajan muy pocos ingenieros y
técnicos de mantenimiento.
En
el mundo de las residencias de
mayores el avance tecnológico y la sustitución de personas por robots puede
tardar algo más pero, no nos engañemos, el
avance se está produciendo.
¿Seguimos?
La inteligencia artificial puede permitir en pocos años que una cantidad
ingente de “trabajo de oficina” se convierta en “automatizable”. ¿Se imagina alguien hoy que el contable fuese
un servicio en la nube que te hablase como lo hacen ahora los móviles?, o más
aún ¿Podemos pensar en tener a un “abogado en la nube” que ni siquiera es
una persona? Pues no hace falta imaginar
mucho porque casi lo tenemos.
O
sea que podemos vislumbrar un futuro en el que seamos menos personas, mucho más
viejas, con oportunidades de trabajo para los que estén bien preparados y con
una especie de submundo laboral para los no preparados y los jubilados.
¿Suena
mal?
Pues
habrá que empezar a hacer algo.
Recientemente
he leído la iniciativa lanzada en Europa sobre la invención de la figura de la
“persona electrónica”, o sea, considerar a algunos robots como personas de forma
que puedan pagar cotizaciones a la Seguridad Social.
La
idea viene a ser, “si los robots acaban sustituyendo a una parte importante de
la mano de obra y si lo hacen de forma
que sea claramente identificable el caso en el que una persona ha sido
sustituida por un robot, ¿no sería lógico que esa persona electrónica pagase seguridad social e incluso impuestos?".
Como
casi todo en la vida, la cuestión tiene sus pros y sus contras. Por supuesto sería una forma de generar
recursos para pagar pensiones y prestaciones sociales, también se podría
valorar como una medida para evitar el ensanchamiento de la desigualdad entre
quienes viven de “vender su capacidad de trabajo” y quienes lo hacen
“administrando la capacidad de trabajo de otros”.
Pero
no todo serían aspectos positivos.
Algunos han visto en la idea una forma oculta de aumentar los impuestos,
una iniciativa que lastrará la evolución de la robótica o que supondrá ventajas
competitivas para países que decidan sencillamente no aplicarlo. Otros simplemente
lo han visto como
una excentricidad y, llevando la propuesta a extremos ridículos defienden
que con las cotizaciones de los robots deberían pagarse las reparaciones que
necesiten éstos (igual que las cotizaciones pagan por la atención médica) o su
desguace al final de su vida útil.
Sea
como sea, el problema persiste, el tic-tac del reloj demográfico suena y
sabemos que antes de ser un artículo en una revista de 2100 (posiblemente
escrito por un robot), tendremos que afrontar la situación.
¿Qué
vamos a hacer?
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