Una de las peculiaridades del sector de la atención a personas mayores en España es su gran heterogeneidad. Un mismo servicio que se presta desde las administraciones y la iniciativa privada; con y sin afán lucrativo; aplicando diecisiete normativas diferentes y por parte de estructuras de un tamaño tan variopinto que, a menudo resulta difícil saber si estamos ante uno, dos o incluso más sectores diferentes.
Lo que está claro, aunque no suele estar en los grandes debates empresariales, es que mucho antes de publicarse la primera normativa y de nacer el primer empresario del sector, existían en España una serie de residencias para “ancianos” que daban respuesta a una necesidad y que, con más o menos cambios, han llegado a nuestros días. Verdaderas cadenas de residencias que actuaban, a veces gestionando sus propios centros y en otras como entidades gestoras de residencias municipales o pertenecientes a fundaciones. Me refiero a las residencias “de monjas" que, regidas por sus propias normas y, durante largo tiempo, sin casi intromisión de las administraciones, siguen representando hoy el grupo coordinado más grande del sector (baste con pensar que en la última negociación del convenio LARES ostentaba la representación de 1393 entidades, casi todas de tamaño medio o grande).
Así las cosas, las órdenes religiosas son parte de nuestra heterogénea realidad y, a la vez, representan un grupo poco homogéneo en el que conviven grandes órdenes con pequeñas, locales con transnacionales y, me atrevería a decir, tradicionales con “modernas” aunque casi todas con algo en común: la casi inexistencia de nuevas vocaciones y la necesidad de adaptarse a una realidad cambiante.
Para la mayor parte de los gestores privados de residencias el sector de las religiosas es sencillamente el de esas privilegiadas, que no tienen que cobrar IVA que obtienen donaciones de sus residentes y no son “incordiadas” por la administración. Si analizamos la realidad veremos que existen muchos matices.
Es cierto que algunas administraciones autonómicas han pasado de puntillas por el sector religioso y que el grado de exigencia que se ha aplicado (especialmente en lo que respecta a personal y documentación) no ha solido ser demasiado elevado. Parece que en la mente de la administración la reflexión ha sido: “no dan problemas, resuelven algunos casos que quizá deberíamos estar resolviendo nosotros, pues dejémoslas tranquilas”.
Esta falta de rigor ha llevado a que, algo tan sencillo en apariencia como calcular la ratio de personal de atención directa en una residencia sea harto difícil en el caso de algunos centros religiosos. ¿Cuántas horas trabaja una monja? ¿A qué edad dejan de trabajar las religiosas? Estas preguntas que parecen baladíes tienen su enjundia ya que en la actualidad, si se aplicase estrictamente la normativa nos encontraríamos que algunas residencias, sobre el papel, no llegaría a los mínimos exigidos (aunque si entrásemos en el centro veríamos a mucho personal).
Esto es así porque, por un lado no es inhabitual que las miembros de la congregación trabajen 12 horas seis días a la semana, que, como duermen en la comunidad den un apoyo al personal de noche, que algunas religiosas jubiladas estén realizando funciones de recepción, de costura o en la cocina (que, de no estar ellas requerirían contratar más empleados). Tampoco hay que olvidar la existencia de programas de voluntariado que realiza funciones que, legalmente, debería estar realizando personal asalariado, e incluso casos en que algunos residentes válidos ayudan en la lavandería, el jardín o el mantenimiento.
Estas peculiaridades permiten a las residencias de religiosas poder prestar un servicio con un coste inferior. Rebaja a la que también ayuda el hecho de contar con edificios que, normalmente están amortizado, con algunas vías de aprovisionamiento sin coste (ya sea vía ayuda alimentaria europea, banco de alimentos o donaciones de particulares) y con la creación por parte de las órdenes de verdaderas economías de escala que les permiten obtener precios más bajos en sus suministros.
Otro factor, a veces importante, es el que comportan las donaciones y herencias a favor de órdenes religiosas. En la mayor parte de los casos éstas renuncian a pedir subvenciones a la administración y crean su propia red de financiación a través de protectores y donantes puntuales. Esto a su vez les permite ingresar personas que no pueden pagar el precio que sería “de mercado”.
Todos estos factores, que no se divulgan en exceso, cuando salen a la luz muestran su verdadera dimensión. Que se lo digan si no a algún alcalde que ha visto como la marcha de las religiosas que gestionaban la residencia municipal ha hecho casi inviable su continuidad.
Ante esta situación se hace inevitable una pregunta, ¿qué supone para el sector empresarial la existencia de las residencias de órdenes religiosas? Creo que la clave de la respuesta está en una realidad casi incuestionable: Las religiosas, si no cambia algo radicalmente, son una “especie en vías de extinción”. La falta de nuevas vocaciones y el envejecimiento de las propias monjas hace que en ocasiones las más mayores de las residencia sean las propias hermanas. Es cierto que esta falta ha sido sustituida por la incorporación de innovadoras técnicas de gestión y por una ingente renovación de instalaciones y equipos, pero, aún así, con toda seguridad será el elemento más determinante de esta categoría de residencias.
Con esto en mente, el sector empresarial debería pensar que, una parte de las aproximadamente 60.000 camas gestionadas por órdenes religiosas tendrán que afrontar un cambio en los próximos diez años. No considero descabellado pensar que las órdenes que gestionan residencias municipales o de fundaciones, continuarán dejando esta gestión. Tampoco que algunas, incluso, lleguen a externalizar la gestión completa del servicio manteniendo sólo algunos aspectos no relacionados con el día a día o incluso la venta o cesión del inmueble para su explotación como residencia privada. Se abrirá así un nuevo sector de actividad dentro de la geroasistencia.
De cualquier forma, no cabe duda que en los próximos años, aunque por diferentes razones, el sector de las residencias de religiosas no quedará ajeno a la turbulencia y cambios que afectan a todo el sector.
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