Recientemente el propietario de una
residencia de mayores, cliente y amigo, me hizo la pregunta que da título a
este post: “¿Ha llegado el momento de vender la residencia?”. Me encantaría poder responder con un “sí” o
un “no”, pero soy incapaz. En vez de eso planteo una reflexión en la que
creo se puede encontrar algo parecido a una respuesta.
Creo que para empezar hay que tener en
cuenta que el sector empresarial de las residencias de personas mayores es algo
relativamente reciente.
Si comparamos las residencias que había
en España en 1990 y las que hay en la actualidad vemos que la cifra se ha
multiplicado por entre cuatro y cinco.
Si analizamos el perfil de lo que había hace veinticinco años y lo que
hay ahora nos encontramos con que se ha pasado de un sector de “residencias de
monjas” y de “pensionistas de la
Seguridad Social”, con pocas residencias privadas, a otro mucho más variado en
el que conviven algunos centros públicos (con diferentes modalidades de
gestión) con muchísimas residencias
privadas (con y sin ánimo de lucro), desde las de formato familiar hasta las
cadenas pertenecientes a grupos
multinacionales pasando por amplio abanico de variaciones.
El sector se ha sofisticado y complicado
mucho durante este cuarto de siglo. La
separación entre lo público y lo privado se ha difuminado tanto que hoy muchas
residencias públicas están gestionadas por empresas y muchísimas residencias
privadas tienen como primer cliente a una comunidad autónoma que les concierta
plazas o se las financia a través de algún tipo de prestación.
La demanda puramente privada ha variado
también a medida que el “residente social” se ha ido transformando cada vez más
en “residente sociosanitario”; este factor junto con el aumento del número de
residencias, la crisis económica y la subida en los costes, ha segmentado la
demanda haciendo más difícil cubrir las plazas ahora que hace unos años y
obligando a muchos centros a vivir lejos de la plena ocupación a la que venían
acostumbrados.
A todo esto, el sector está viviendo un
momento peculiar y con un marcado elemento gerontológico: muchas de las personas que fueron
emprendedoras durante los últimos años y decidieron invertir en el proceloso
mundo de las residencias están alcanzando
ellos mismos la edad de jubilación y se plantean qué hacer ahora.
Cada vez es más común, encontrar a una
“segunda generación”, a la cabeza, o acompañando
en la gerencia de residencias que montaron sus padres. Hijos de los promotores, que en muchos casos
han orientado su carrera profesional hacia lo geroasistencial y aportan el
dinamismo y adaptación al cambio necesario en estos momentos.
Pero tampoco resulta extraño encontrar al
empresario que no descarta la salida. En algunos casos, el negocio está ahora
algo mejor que el año pasado pero bastante peor que hace cinco y el empresario
no se siente con fuerza de tirar adelante.
En otros, la residencia se ha convertido en inviable si no se acometen
reformas importantes por lo que sigue adelante aunque sin una perspectiva clara
de qué pasará (“Me sale más caro cerrar que seguir”), y, aún en otros, la
residencia funciona razonablemente bien y los propietarios desean obtener un
rendimiento con la venta o traspaso acorde con los rendimientos que produce.
Lo interesante del momento actual es que,
después de un paréntesis de cierta atonía, coincide el aumento de número de
propietarios de residencias que se plantean la venta o traspaso de su negocio, con
el de personas y grupos que están buscando invertir en el sector. Aunque hablo de empresarios como si estos
fuesen siempre personas físicas, lo mismo se aplica a empresas de otros
sectores que invirtieron en el geroasistencial.
Por supuesto que invertir en una
residencia hoy por hoy supone asumir importante riesgo. Pero también lo es que en los próximos años
vamos a vivir un incremento considerable en el número de personas mayores y
que, si finalmente la salida de la crisis se convierte en una realidad palpable
y las normas de colaboración con la administración se consolidan, la demanda de
plazas crecerá. Así las cosas, si se selecciona bien, estamos en un buen momento para entrar.
En definitiva, estamos en un buen momento para que todos los
propietarios de residencias, grandes y pequeños; “solidarios” y mercantiles,
hagan un pequeño examen de conciencia empresarial y se imaginen cómo van a
estar dentro de cinco años.
Como a pesar el aumento de costes, los
precios de las plazas se resisten a subir, estos van a seguir siendo años de
racionalizar costes e intentar hacer “más con menos”. Como la demanda parece seguir encaminándose
hacia un tipo de residente con necesidades mucho más sanitarias, el modelo y la
orientación de la atención deberá caminar en ese camino pero sin dejar de lado
las preferencias y deseos del usuario (por la tendencia hacia modelos de
atención centrados en la persona) lo que va a requerir un esfuerzo de cambio y
adaptación constante. Ese mismo cambio
va a obligar a dedicar más tiempo a la captación de clientes privados y
públicos lo que supone aumentar el esfuerzo dedicado a la comercialización y a
intentar captar residentes con financiación pública.
Todo esto sumado al día a día de la
residencia que ya es de por sí complicado.
Si es momento o no de vender la
residencia depende, así, en primer lugar de cómo está la propia residencia
(situación económica, adaptación a normativas actuales y nuevas, posibilidad de
tener plazas públicas, aspectos jurídicos y expectativas de ocupación privada);
de cómo está la propiedad (estado de ánimo para seguir adelante) y de las
expectativas que se tengan de la venta.
De lo que estoy seguro es de que en los
próximos tiempos vamos a ver que muchas residencias se hacen el planteamiento y
llegan a una respuesta afirmativa y que, en la situación actual, van a
encontrar con quién llegar a un acuerdo.